Los vinos se clasifican por edades, como
las personas. A las categorías de joven, maduro, viejo o anciano,
corresponderían las de vino Joven, Crianza, Reserva y Gran Reserva. Aún podría llevarse más allá la analogía
para considerar al mosto como la infancia del vino. Esto son generalidades que
sirven a modo indicativo, hay reservas inmaduros como hay viejos verdes, hay
jóvenes que saben más que muchos abuelos, como hay vinos jóvenes que saben
mejor que algunos Gran Reserva. El saber y el sabor se conjugan igual. Como las
personas los vinos nos gustan, más que por su edad, por su procedencia, su
manera de ser, su cultura, es decir su cultivo, su “cuerpo”, su color, su
aroma…
Dejando de lado la comparación, que sólo
es odiosa en este caso porque las personas no vamos siempre a más con los años,
como los vinos, estas clasificaciones nos sirven para orientarnos pero no
suponen una garantía de calidad. Además no son uniformes de unas regiones
vinícolas a otras. Tampoco, claro, es lo mismo en los casos de blancos y
rosados o en el de tintos, que requieren más tiempo en todas las categorías. Y
está la cuestión de la madera de las barricas, de roble americano o roble francés, donde el vino envejece y del
tueste de esas barricas y de los aromas que se le añadan o de su cabida en
litros.
El siguiente cuadro nos presenta la clasificación legal en nuestro país, obligada por tanto para todos los productores.
Fuente: Enredado |
En el Gallinero las tenemos en cuenta pero no nos guiamos por ellas. Por supuesto catamos todos los vinos que ofrecemos y os los presentamos como os presentaríamos a un amigo con el que sabemos que tenéis mucho en común.
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